La prevención del ciberacoso sigue siendo insuficiente ante la incidencia creciente del delito contra mujeres y jóvenes
Solo cuando desemboca en un final trágico regresa a la primera línea informativa la violencia digital en sus múltiples variantes. Pero el problema es que siempre está ahí, invisible o invisibilizada por la misma naturaleza del delito. Las cifras que ofrece Interior son solo orientativas, a pesar de la gravedad del incremento del 17% que registraron en 2021: en torno a 30.000 personas son acosadas anualmente por múltiples vías digitales, tanto desde redes tan populares como Instagram o Facebook como a través de la mensajería instantánea, correo electrónico o WhatsApp.
La gravedad del caso no está tanto en las cifras conocidas como en el agujero negro de las desconocidas. El efecto inmediato del acoso digital es el miedo, el silenciamiento y el retraimiento de quien lo sufre, a menudo por vergüenza, arrepentimiento sobre este o aquel mensaje y el profundo desconcierto de víctimas que suelen ser mujeres, acosadas o controladas por exparejas o desconocidos, y adolescentes y jóvenes. La amenaza de hacer públicas imágenes íntimas o comprometedoras vira en seguida en formas de vigilancia, control o directa extorsión, la llamada pornovenganza.
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